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Aunque el temor se apodere tu mente, Dios cuida de todos nosotros. ¡Créelo!

Redacción / día a día

 

Aquella noche estaba inusualmente fría. Kathy salía de su pesado turno en el hospital donde trabajaba como enfermera. Se detuvo en la entrada, consultó su reloj, eran las doce y treinta de la medianoche. Avanzó hasta la siguiente calle donde pasaba el autobús y aguardó allí por cerca de quince minutos. Se acomodó en uno de los asientos del autobús y dejó que sus pensamientos galoparan en libre albedrío.

El turno de ese día había sido muy fuerte debido a que por la ausencia de una compañera se vio obligada a doblar el turno. Se sentía sumamente agotada y solo se regocijaba al pensar que los próximos tres días los tendría libre por lo cual podría descansar. Luego de unos treinta minutos llegó a su parada y al bajarse, una extrema preocupación se apoderó de ella.

Recordó que unos días atrás su madre le había comentado acerca de una noticia que había visto en la televisión sobre un violador que acechaba por el área donde vivía. Ya la policía había montado algunos operativos pero sin resultado alguno.

Inició el recorrido hacia su casa; desde el lugar donde la dejaba el bus hasta su residencia la separaban dos cuadras. La noche era muy oscura y su preocupación mayor era que para llegar a su casa debía atravesar un largo callejón que solo se iluminaba tenuemente con la poca luz que le llegaba desde el farol de la calle, ubicado exactamente frente a la entrada de ese largo pasillo.

Al adentrarse y avanzar los primeros pasos sintió que el corazón se le congeló en el pecho; justo a la mitad del callejón estaba parado un sujeto de aspecto tenebroso y que le era totalmente desconocido. Recostado a la pared y con un cigarrillo entre sus dedos levantó la mirada para verla. Kathy sintió cómo se le aceleraba el pulso y en ese momento empezó a clamar y a orar a Dios para que enviara ángeles que la protegieran.

Siguió avanzando lentamente y al pasar al lado del extraño sujeto pudo ver como este levantaba la mano y saludaba con una sonrisa en los labios. Kathy aceleró sus pasos hasta salir de aquel callejón; cuando llegó a su casa todavía temblaba de miedo por la impresión pero le daba gracias a Dios que la guardó.

Al día siguiente se levantó a medio día y luego de servirse una taza del café que su madre le había hecho se dirigió a la sala donde se encontraba su mamá viendo las noticias.

- Mira hija – le comentó su madre sin apartar la vista del televisor – anoche, a eso de la una de la madrugada atacaron a otra chica, esta vez en el callejón. Fue violada y asesinada. La policía arrestó a un sospechoso pero al parecer no hay ninguna evidencia de que haya sido él.

La taza se deslizó de las manos de Kathy y fue a estrellarse contra el piso. Aquel sujeto que mostraban en la pantalla mientras la policía pedía la cooperación de la ciudadanía para ubicarlo en el lugar de los hechos, era el mismo que la había saludado a esa misma hora cuando ella atravesó aquel callejón.

Sin pensarlo dos veces se vistió de prisa y salió con destino a la policía.

Al llegar preguntó por el encargado del caso del violador. Luego de unos cortos minutos de espera llegó el detective encargado y ella le comentó lo sucedido esa madrugada. De inmediato el detective la llevó a un salón donde había una línea de siete sujetos para identificación y sin pensarlo dos veces señaló al sujeto. El detective le dio las gracias y la despidió pero Kathy le solicitó un único favor.

- Podría usted preguntarle al sujeto ¿por qué no me atacó a mí cuando pasé antes que la chica que él asesinó?

Así lo hizo el detective y la respuesta que recibió hizo que las lágrimas brotaran de los ojos de Kathy. El sujeto le dijo al policía: - No la ataqué a ella porque venía acompañada de dos sujetos de casi dos metros de altura; venían uno a cada lado de ella y su mirada me aterrorizó y solo atiné a sonreír nerviosamente y saludarlos.

Muchas veces, ni siquiera nos damos cuenta de los peligros que nos rodean o cuando incluso el ángel de la muerte se mueve muy cerca de nosotros. No sabemos cuántas veces el Señor nos ha librado de peligros que ni siquiera sospechamos.

Aquel retraso antes de salir, aquella congestión del tráfico, aquella llamada que nos detuvo momentáneamente o aquello que olvidamos en casa y nos obligó a regresar. Sin lugar a dudas el ángel del Señor movió sus alas para guardarnos.

El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, Y los defiende. Salmos 34:7

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