Un 2018 marcado por su mayor acercamiento en años es el que han vivido Corea del Norte y Corea del Sur, dos países que técnicamente se mantienen en guerra desde los años cincuenta, un proceso para el que la cooperación en el terreno deportivo ha resultado un catalizador fundamental.
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Comenzó como una simple invitación cursada a mediados del año pasado por el presidente sureño, Moon Jae-in, al régimen de Pionyang para que participara en los JJOO de Invierno que se celebraron en febrero en su país.
Moon era consciente de que la comunión que es capaz de generar el deporte había ayudado a acercar países o colectivos a priori antagónicos, con ejemplos que van desde la diplomacia del tenis de mesa, que promovió los lazos entre China y Estados Unidos en los setenta, al Mundial de Rugby que hermanó a la Sudáfrica post-apartheid de 1995.
Por si fuera poco, el canal utilizado para remitir la invitación fue un torneo de fútbol juvenil, la Copa Ari, cita apadrinada por Choi Moon-soon, gobernador de la provincia surcoreana de Gangwon y también firme valedor de la diplomacia deportiva.
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El campeonato, que permitía jugar a adolescentes de Norte y Sur, era en ese momento el único canal de comunicación abierto entre funcionarios de ambos países, cuyas relaciones se habían marchitado tras diez años de gobiernos conservadores en el Sur y la frenética carrera armamentística en el Norte.
La respuesta se hizo esperar, pero llegó finalmente en el tradicional discurso para recibir el año del líder norteño, Kim Jong-un, que aceptó retomar el diálogo con Seúl y discutir la participación en los Juegos de PyeongChang 2018.
Tras un enero de conversaciones frenéticas el régimen accedió a tomar parte en PyeongChang, que acabó siendo emotivo escenario del primer desfile conjunto de las dos Coreas en la inauguración de unos Juegos en más de una década.
Además, casi 27 años después del último partido disputado por un combinado compuesto por deportistas de ambas Coreas, los dos vecinos presentaron en estos Juegos un equipo unificado de hockey sobre hielo femenino.
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Y ante todo, la cita olímpica permitió al régimen de Pionyang enviar emisarios al sur del paralelo 38 por primera vez en cuatro años.
Entre ellos estuvo Kim Yo-jong, hermana del líder norcoreano, que se convertiría en el primer miembro de la dinastía que lidera el régimen en pisar suelo surcoreano.
La activación de estos engranajes diplomáticos acabó posibilitando tres cumbres entre Kim Jong-un y Moon Jae-in en apenas nueve meses, algo asombroso teniendo en cuenta que en los 72 años precedentes las dos Coreas apenas habían logrado juntar dos veces a sus líderes.
Momento fundamental
Estos encuentros intercoreanos fueron a su vez fundamentales para convocar la primera cumbre en la historia entre Estados Unidos y Corea del Norte, una cita celebrada en Singapur en junio en la que Donald Trump y Kim Jong-un se comprometieron a tratar de lograr la desnuclearización de la península.
Las conversaciones en el terreno político prosiguen a día de hoy, al igual que los intercambios deportivos.
Además de enviar escuadras conjuntas a eventos de tenis mesa celebrados en abril y julio, las dos Coreas volvieron a desfilar unidas en la inauguración de los Juegos de Asia que se celebraron en agosto en Yakarta y Palembang (Indonesia).
Allí presentaron equipos conjuntos en tres deportes y cosecharon cuatro metales (plata en baloncesto femenino y un oro y dos bronces en piragüismo tanto femenino como masculino).
Otro paso más
Repitieron desfile en los Paralímpicos que siguieron a esta cita y en los que postularon otros tres equipos combinados.
El idilio olímpico no ha quedado ahí, puesto que Norte y Sur acordaron en noviembre enviar una selección unificada al Mundial de Balonmano que arranca en enero Alemania y Dinamarca y también presentar una candidatura conjunta para acoger los Juegos Olímpicos de 2032.
Se espera que ambas remitan al Comité Olímpico Internacional (COI) en febrero una carta para oficializar su intención de organizar los que serían los primeros Juegos celebrados jamás en dos países a la vez.