Crear un halo de misterio alrededor del luchador, no revelar su identidad y conservar su incógnita además de dotarlo de otra personalidad son las principales funciones de la máscara de los luchadores mexicanos, cada vez más populares.
"Hay muchos secretos detrás de una máscara", dice el creador profesional de máscaras de luchadores Pedro Rosas Kenjiro este viernes.
Para el "mascarero", como él mismo se autonombra, una tapa (máscara) se fabrica como si de un traje o unos zapatos de diseñador se tratara.
"Cuando tú ves una máscara de un aficionado, de esas que venden afuera de las arenas, y la de un luchador profesional. Debes notar la diferencia", asegura el sastre de máscaras, quien a sus 47 años lleva 18 de ellos confeccionándolas.
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Además del halo de misterio, un atractivo añadido es el folclor que los colores y el diseño dan a esa prenda, muy popular entre lo conocedores y aficionados, mexicanos y extranjeros, a ese deporte-espectáculo de casi un siglo de existencia.
Las máscaras son tan añejas como la misma práctica de la lucha libre mexicana que llevó a cabo su primera función en la capitalina Ciudad de México el 21 de septiembre de 1933.
Fue un año después cuando se presentó un enigmático luchador llamado "La maravilla enmascarada", nombre de batalla del gladiador estadounidense "Ciclone" Mackey, quien había estado en la primera función 12 meses antes.
La impresión, sorpresa y conjeturas que surgieron entre los asistentes a aquel combate fueron oro molido para el empresario Salvador Lutteroth, considerado el padre de la lucha libre mexicana, quien de esa manera potenció la directa e indirectamente la creación de personajes.
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"Una máscara debe ser como un zapato, como un guante de béisbol, es una herramienta de trabajo y debe ser a tu medida exacta", dijo Kenjiro.
Además, debe estar hecha de materiales y una estructura especial para que se acomode a su cabeza y al rostro del luchador, aunque el objetivo siempre es el mismo, proteger la identidad del luchador.
Recuerda que sobre las máscaras de los luchadores existen muchos mitos como aquel que decía que si a El Santo, el luchador más popular y el máximo ídolo en México, le quitaban la mascara, se moría.
Tras su retiro, que ocurrió en 1982, el luchador mostró parte de su rostro en un programa de televisión y posteriormente murió, acrecentando su leyenda.
De hecho, en la exposición "En casa con mis monstruos", del cineasta mexicano Guillermo del Toro, hay una foto que revela el rostro del luchador mexicano Rodolfo Guzmán Huerta, mejor conocido como El Santo, y quien marcó época en el cine con sus cintas de acción.
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Para diseñar una máscara, Kenjiro dice que se tiene que ser como un sastre o un zapatero ya que debe aprender a cortar piel y tela y debe saber unirlas mediante patrones o moldes previamente elaborados.
De hecho, es más un trabajo de diseño que una mera confección, porque quien elabora la máscara también participa en la creación de los personajes con dibujos y bocetos, para luego pasar a la fabricación en sí.
"La máscara es lo más representativo del luchador, debe estar perfectamente bien hecha porque es su rostro, su cara ante el público y los medios", apuntó.
En México, el precio de un máscara de diseñador tiene como precio mínimo entre unos 1.500 y 1.000 pesos (unos 75 y 50 dólares).
Reconocimiento Institucional
Apenas en abril de 2019, la Cámara de Diputados aprobó el dictamen para declarar el 21 de septiembre como el Día Nacional de la Lucha Libre y del Luchador Profesional Mexicano.
Mientras que el 21 de julio de 2018 el Gobierno de la Ciudad de México, a través de la Secretaría de Cultura local, reconoció a la Lucha Libre mexicana como "una expresión de identidad de la cultura popular de la capital y una tradición" en esta urbe.
En el texto se consideró que "la Lucha Libre Mexicana es un conjunto de técnicas transmitidas de generación en generación, que para su ejercicio requiere de elementos materiales y simbólicos particulares", y que "es un deporte-espectáculo que exige de sus protagonistas conocimiento, técnica, fortaleza física y valor simbólico".
Es "un producto cultural" que se expresa y recrea en la Ciudad de México, en el que se articulan elementos tangibles, tales como el gimnasio, el ring, la arena, el cuerpo humano, los personajes y su indumentaria, entre ella las máscaras, resume el documento.