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Murray, el ostracismo de quien pasó del número uno a no poder jugar
Al tenista británico le tocará vivir varios torneos importantes desde su sofá.
No parece sencillo ser Andy Murray en estos momentos. Ni saber qué pasa por la cabeza de quien fue número uno del mundo y apenas pudo disfrutar de ello. Porque fue subir al trono y caer maldito en un cúmulo de lesiones que hubieran hecho mella en la cabeza de cualquiera menos en aquel chico de Dunblane que tocó la cima tras perder ocho finales de Gran Slam. Y es que no se entiende un Murray que no se agarre a la pista y que no pelee como un luchador romano igual que no se entiende un Federer golpeando el revés a dos manos. Es ilógico, antinatural. Por ello, el británico lo lleva de la mejor manera posible el hecho de que va a estar un año entero fuera de las pistas. Hace 12 meses, Murray llegó al Abierto de Australia número uno del mundo, tras un 2016 pletórico en el que conquistó su segundo Wimbledon y subió al trono mundial en una preciosa lucha con el serbio Novak Djokovic. VER TAMBIÉN: Joseph Blatter, contrario a que se use el VAR en el Mundial de Rusia 2018 Las secuelas de aquella batalla, cerrada en Londres con la victoria del escocés en la Copa de Maestros, pasaron factura y el pupilo de Jamie Delgado comenzó su descenso con la derrota ante el alemán Mischa Zverev en Melbourne y el consiguiente descalabro tanto mental en un principio como físico al final. Murray disputó 30 partidos en 2017, lejos de los 78 del español Rafael Nadal o los 57 del suizo Roger Federer, antes de finiquitar la temporada al caer ante el estadounidense Sam Querrey en su casa, en Wimbledon. La cadera le obligó a parar, y lo que parecía solo un "hasta pronto" se acabó alargando. Su baja en Cincinnati le arrebató el número uno, lo cedió de la peor forma posible: sin poder defenderlo en la pista, sin poder lucha por él y con la impotencia de quien mentalmente quiere estar, pero físicamente no puede. El físico en el de Dunblane, igual que en el caso de Nadal, por ejemplo, es una de las bazas más importantes y clave en todo su esquema. Su juego, rocoso de fondo y de contraataques, depende en gran parte de los desplazamientos laterales y de la rapidez de movimientos y, aunque su servicio haya ido mejorando con el paso de los años, su fuerte sigue residiendo en la capacidad de llegar a todas las bolas posibles. Cuando hace unos días sintió otra vez el dolor en su maltrecha cadera, Murray decidió tomar un vuelo a Reino Unido desde Australia para sopesar si pasar por el quirófano o, por el contrario, jugar con un dolor que difícilmente desaparecería por sí solo y que no le permitiría ser él mismo en la pista. Tenía el ejemplo cerca en sus compañeros, Nadal y Federer jugaron en 2016 con dolor y su mejor solución fue parar. Murray había seguido sus pasos, y pese a ser más joven (30 años por los 31 del español y los 36 del de Basilea), necesitará aún más tiempo para volver al circuito. Mientras tanto, su ranking, que alcanzó la cima a finales de 2016, se hunde y ha caído desde agosto, cuando cedió el trono en favor de Nadal, hasta la posición número 19, lo que le sitúa en registros de abril de 2008. Y aún será peor, ya que los 2.140 puntos que atesora en estos momentos pueden verse reducidos a cero si no estuviera a tiempo para la gira de hierba, en la que tradicionalmente comienza jugando en el Queen's Club. Al británico le tocará vivir cinco Masters 1.000, dos Grand Slams y muchos torneos desde el sofá, siempre con la esperanza de volver, pero con la muesca en la cadera, que eso sí, no le impedirá planear su retorno. Y es que no se entiende un Murray que no luche, ya sea dentro de la pista, o fuera de ella.
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