Barrio pobre de Panamá sobrevive a la pandemia gracias a la pesca artesanal
Los pescadores se organizan y turnan para salir una vez a la semana, a veces retornan el mismo día y en otras ocasiones pasan la noche fuera.
Bajo los lujosos rascacielos de una de las áreas exclusivas de Ciudad de Panamá, un grupo de vecinos ve cómo tres pequeños botes pesqueros arriban al puerto de Boca La Caja, un humilde barrio a orillas de la bahía que está sobreviviendo a la pandemia gracias a la pesca artesanal de la semana.
Esta vez han tenido suerte, la homogénea capa de nubes grises que cubre el cielo amenazando con una posible lluvia no impidió recoger la suficiente cantidad de pescado para comer y vender, lo que hasta el momento se ha convertido en el único sustento para enfrentar la caótica situación que sumerge al país.
Deben darse prisa, a pesar que cuentan con unas de las mejores vistas al mar de toda la capital, el lodo del manglar que se produce cuando baja la marea encalla los botes. Así, mientras unos tiran el ancla otros alistan la colecta.
La caja al hombro y con mucho equilibrio bajan del barco con agilidad, seguidamente apresuran su paso para dejar el pescado sobre la mesa, donde un vecino distribuye y divide el acopio.
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Se sienten agradecidos, recientemente el Gobierno panameño activó dos de seis bloques en que dividió la reapertura gradual de la economía, y el sector pesquero está incluido. También, las autoridades otorgan salvoconductos a los pescadores aficionados.
"La mayoría de las familias del barrio viven de esto. Si nos paran, ¿cómo vamos a sobrevivir?", dice a Efe con voz preocupada Luis Gutiérrez, 59 años, uno de los residentes de Boca La Caja, barrio al que azota la extrema pobreza y criminalidad.
Inclinado en la mesa donde limpian el pescado, cortan cabeza, rajan y quitan tripas, cuenta: "hay algunos compañeros que no tienen salvoconducto, y cuando salimos a navegar la policía nos detiene para pedirnos la documentación, pero con respeto siempre nos entendemos".
Los pescadores se organizan y turnan para salir una vez a la semana, a veces retornan el mismo día y en otras ocasiones pasan la noche fuera. La pesca, una actividad que realizan desde hace años, es el único recurso que les queda para combatir las consecuencias de la COVID-19, que ya deja a Panamá como el país más afectado de Centroamérica.
Los moradores de Boca La Caja son, una vez más, el reflejo de la brecha social de Panamá, uno de los países más desiguales de América Latina. La mayoría de los vecinos vivían de la informalidad antes de la llegada de la pandemia, que ha golpeado fuertemente en las barriadas más pobres del país. Ahora, sólo subsisten.
Mientras las gaviotas posan sus ojos sobre la cesta de pescado, los marineros pesan en una antigua báscula que cuelga de la marquesina construida con metal.
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Algunos curiosos ataviados con mascarillas cruzan el estropeado puente de cemento que conecta al barrio con el resto de la ciudad, mientras Guitérrez se sienta a la sombra junto con sus compañeros a esperar poder vender parte del pescado, la otra será para su familia, lo necesitan.
Panamá vive una creciente escalada de casos, registrando en algunas ocasiones más de mil diarios, lo que ha obligado a las autoridades a reimplantar severas medidas de movilidad en las provincias más afectadas.
Esto dificulta la actividad económica, que se mantiene congelada desde hace semana, ya que las autoridades vincularon el aumento de contagios con la tímida reactivación.
Panamá, con 4,300.000 habitantes, acumulaba hasta ahora 57.993 contagiados con la COVID-19 que ha causado 1.250 muertes.
Con esos datos, es el segundo país de América con más casos de COVID-19 por millón de habitantes, después de Chile y por encima de Estados Unidos y Brasil.
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