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El café, una solución inesperada para preservar el Canal de Panamá
A priori parecen dos actividades poco complementarias, pero el Canal de Panamá ha encontrado en los pequeños caficultores locales unos aliados de excepción para proteger su bien más preciado, el agua. El canal necesita agua en calidad y en cantidad porque su negocio es el paso de buques, pero también porque sus lagos proveen agua a las principales ciudades del país. Para garantizar ese agua, se requieren suelos saludables, explica a Acan-Efe Arturo Cerezo, agrónomo de la vía interoceánica. Cuando Panamá empezó a administrar el canal en el 2000, tras un siglo de gestión estadounidense, descubrió que muchos de los terrenos de la cuenca hidrográfica estaban erosionados por culpa de la ganadería y del barbecho, y entendió que ese deterioro podía tener consecuencias catastróficas. No se equivocaba. Las torrenciales lluvias que cayeron a finales del 2010 provocaron multitud de deslizamientos y el país tuvo que comprar agua porque los lagos aledaños al canal se contaminaron de arcilla, y la principal potabilizadora no pudo procesar ese agua, recuerda el experto. Cuando recibimos el canal de parte de los gringos, nos dimos cuenta de que teníamos que ayudar a nuestros productores a desarrollar una agricultura más sostenible en la cuenca y pusimos en marcha un programa de agroforestería. Si la lluvia cae y encuentra un suelo desnudo, la erosión es enorme, asegura. El café robusta, que se usa para elaborar café instantáneo y es más fuerte que el arábica, fue uno de los cultivos en los que se centró el programa de asesoramiento de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP). Muchos pequeños productores de la cuenca ya lo cosechaban, sobre todo en las montañas de Capira, al oeste de la capital, pero lo hacían de una forma muy desordenada, sin apenas técnica, y casi no les generaba rendimientos. Don Gregorio, como se le conoce en la humilde comunidad que yace en las faldas del cerro Cirí Grande, no tenía la costumbre de podar los plantones. Los dejaba crecer y, cuando alcanzaban una determinada altura, los talaba y volvía a sembrar otros. Pero se quedaba un buen tiempo sin ingresos porque el café tarda al menos dos años en dar frutos. El señor Cerezo me decía siempre que el negocio es producir grano y no ramas y terminó convenciéndome, reconoce este octogenario campesino, que no suelta su machete y que se protege del sol con una roída gorra con el logotipo del Canal de Panamá. Las plantas más pequeñas facilitan la cosecha. También ayuda plantar en línea, añade el experto de la ACP, mientras Don Gregorio recorre con Acan-Efe cada uno de los rincones de su modesta finca. Desde que el programa empezó a funcionar hace más de una década, la producción cafetera ha aumentado un 175 % en la zona y se han sumado al proyecto cerca de 1.600 productores.Yo soy el que más produce de todos. Nadie cosecha 35 quintales al año, presume este menudo caficultor, a quien una constructora le va a arrancar sin indemnizar varios plantones para construir una carretera. Los productores de Capira también han aprendido a elaborar abonos orgánicos con la cascarilla del grano, a desgranar las ramas para hacer una cosecha selectiva, y a secar los granos en secadores solares. Estas estructuras, indica Pedro Rodríguez, otro caficultor local, permiten secar más café en menos tiempo, algo fundamental porque el grano que no se seca del todo termina pudriéndose.Es una estrategia en la que todos ganamos: ellos mejoran su producción y su calidad de vida y nosotros conseguimos aumentar la sostenibilidad de la cuenca y garantizar el agua, insiste el especialista.
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