A Russell Crowe le da igual si le hablan, lo alaban o critican
En la película, con la española Elsa Pataky y el australiano Liam Hemsworth, Crowe interpreta a un magnate de las apuestas en internet.
A Russell Crowe le da absolutamente igual ser uno de los actores más famosos del mundo y, ya con la barba cana, ve el éxito como un valor si no íntimo, al menos muy personal: "No me importa si me alaban, solo quiero que lo que haga tenga algún tipo de significado para mí", asegura en una entrevista con Efe en Roma, en el estreno de su segunda película como director, "Poker face".
"Creo que la medida del éxito depende de un juicio individual, no necesitas la lista de triunfos de otra persona para poder ser feliz. Pero es el tipo de cosa que dice alguien que ha vivido cierto nivel de éxito", alega el neozelandés, dejando escapar una carcajada.
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Crowe resta importancia a la gloria pese a que acaba de saborearla en Roma, la ciudad imperial a la que siempre estará vinculado desde que saltara a la fama con "Gladiator" (2000) y que, de hecho, acaba de nombrarle "embajador" honorífico.
Tal es su apego sentimental a la Ciudad Eterna que ha elegido su Fiesta del Cine para estrenar su segundo largometraje como director, "Poker Face", que llegará a España el próximo 6 de enero.
En la película, con la española Elsa Pataky y el australiano Liam Hemsworth, Crowe interpreta a un magnate de las apuestas en internet que reúne a todos su amigos ofreciéndoles un botín millonario... aunque para ganarlo, deberán renunciar a su mejor tesoro: sus secretos.
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"Poker face" llegó a sus manos casi por el mismo azar que impregna cada minuto de este oscuro "thriller". El director inicialmente elegido se retiró de improviso, luego la pandemia lo frenó todo y fue entonces cuando los productores jugaron la baza del actor, a pesar de que éste vivía un momento doloroso tras perder a su padre.
"No lo construí yo, sino que llegó a mí como un proyecto en apuros que requería de alguien que tomara el control. Y como un loco dije sí. Siento amor y fe en el cine como la forma de arte más fluida por lo que no me importó el tiempo o los recursos limitados", confiesa.
Esa pasión le ha hecho ponerse de nuevo tras la cámara, ocho años después de su ópera prima, "The water diviner" (El maestro del agua, 2014), pero hablamos de mera vocación, porque su intención no es perseguir el aplauso o seducir a la crítica. Al menos no ahora, a sus 58 años.
"Para mí el éxito depende de cuánto disfruto el día, todo lo que haga o cualquier reto que afronte, no juzgo un triunfo según fuerzas externas. Me da igual si la gente está de acuerdo conmigo o si me alaba. Solo quiero que lo que hago tenga algún significado para mí", reflexiona, como paladeando cada palabra.