Es una pregunta que se está haciendo en los hospitales de todo el país: ¿hasta dónde llega la obligación de tratar a los pacientes durante una epidemia viral, en particular durante una en la que los profesionales de la salud se están infectando y hay escasez de equipo de protección para el personal?
La pregunta podría desestimarse sin mucha reflexión. La medicina es una profesión humanitaria, diría el argumento. Los profesionales de la salud tienen la obligación de cuidar a los enfermos. Al ingresar a la profesión libremente, de manera implícita hemos aceptado los riesgos.
Por lo general, las sociedades médicas han apoyado este punto de vista idealista. Por ejemplo, el manual de ética del Colegio Americano de Médicos estipula que el imperativo ético de los médicos para ofrecer atención supera el riesgo para el médico tratante, incluso durante epidemias. La Asociación Médica Estadounidense afirma que cada médico tiene la obligación de brindar atención médica urgente durante desastres, y enfatiza que este deber persiste incluso ante riesgos mayores de los usuales para la seguridad, la salud o la vida de los médicos.
Sin embargo, este argumento parece minimizar el dilema que mis colegas enfrentan al intentar equilibrar sus obligaciones como profesionales con sus deberes como esposos, esposas, padres, madres e hijos. Para la salud personal, el riesgo de enfrentar el coronavirus es bastante alarmante, pero, para algunos, el riesgo de infectar a nuestras familias a causa de la exposición en el lugar de trabajo es inaceptable. Con las tasas de infección tan altas para los profesionales de la salud por ejemplo, casi un catorce por ciento de casos confirmados en España, el riesgo de transmisión para nuestros seres queridos no es insignificante. ¿Cómo equilibrar nuestras obligaciones profesionales y personales?
Las limitaciones a las obligaciones profesionales no son nada nuevo. Por ejemplo, los bomberos tienen la obligación de rescatar gente de edificios en llamas, pero no cuando los edificios están al borde del colapso y mucho menos cuando no se cuenta con el equipo adecuado. ¿Se podrían aplicar consideraciones similares en el caso del personal sanitario?
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El deber de tratar a los pacientes durante una epidemia es una idea un tanto moderna. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, los médicos a menudo huían frente a los contagios generalizados. Durante la peste antonina, entre los años 165 y 180 d. C., el mismísimo y venerable Galeno, uno de los médicos más famosos de la historia, huyó de Roma. Este comportamiento era tan común que, en 1382, Venecia aprobó una ley que les prohibía a los doctores escapar en tiempo de plagas. Sin embargo, la práctica continuó. En 1793, durante una epidemia de fiebre amarilla en Filadelfia, muchos doctores distinguidos huyeron de la ciudad.
En 1847, la Asociación Médica Estadounidense abordó el asunto en su primer Código de Ética Médica. Cuando una plaga prevalece, dice el código, es deber de los médicos hacer frente al peligro y seguir con sus labores para el alivio del sufrimiento, incluso a costa de sus propias vidas. Esta regla fue fortalecida en 1912, pero, aun en el siglo XX, los médicos la acataron con distintos grados de fidelidad. Por ejemplo, en los primeros días de la epidemia del SIDA, los doctores con frecuencia se rehusaron a tratar a pacientes infectados con VIH.
En 1986, el Colegio Americano de Médicos y la Sociedad de Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos sintieron la obligación de emitir una declaración conjunta en la que mencionaron que el personal sanitario debía brindar atención a los enfermos, a pesar del riesgo de contraer la enfermedad de algún paciente. No obstante, en 1995, los trabajadores de la salud abandonaron a pacientes durante una epidemia de ébola en la República Democrática del Congo. Y en un brote de SRAG en Toronto en 1997, en el cual casi la mitad de los infectados fueron profesionales de la salud, buena parte del personal sanitario se rehusó a ir a sus trabajos.
A juzgar por la historia, los doctores y los enfermeros bien podrían rebelarse durante esta pandemia del coronavirus si persiste la escasez de mascarillas y equipo protector. Por supuesto que eso sería un desastre. Hay gente que necesita atención con urgencia. Sin una adhesión uniforme a las obligaciones profesionales, el sistema de atención médica podría desmoronarse, al igual que la sociedad.
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No creo que esto vaya a pasar. Creo que los profesionales de la salud continuarán haciendo los sacrificios necesarios para tratar a sus pacientes. Sin embargo, sería un error que la gente supusiera que nuestras obligaciones profesionales son incondicionales. Una obligación incondicional de nuestra parte absolvería a la sociedad de asumir sus propias responsabilidades. Y tiene muchas.
Por ejemplo, el personal sanitario no debería estar obligado a incurrir en riesgos adicionales porque la gente no quiere practicar el distanciamiento social (me vienen a la mente los vacacionistas que fueron en manada a las playas de Florida durante las vacaciones de primavera). No deberíamos tener que pagar por las políticas miopes del gobierno que ya han destripado nuestra infraestructura de salud pública y que pronto podrían provocar la relajación prematura de las reglas de distanciamiento social. Y, por supuesto, necesitamos mascarillas adecuadas.
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El orden social depende de la reciprocidad. Imponer cargas excesivas a un grupo sin que los demás también hagan sacrificios es injusto. Los doctores, los enfermeros y otros trabajadores de la salud podremos ser héroes de esta pandemia, pero no seremos mártires.