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Rostros del olvido, un grito contra feminicidios, la herida abierta de México

Elaboradas con barro a tamaño real, las piezas creadas por el grupo Mujeres Alfareras de Tláhuac son un grito de dolor.

México/EFE
Un grupo de mujeres alfareras, recuerdan a todas aquellas que fueron víctimas de violencia doméstica y debido a ella sus vidas tuvieron un triste final. Rita Reséndiz y sus compañeras alfareras trabajaban en su taller cuando escucharon en la radio una historia que las estremeció: la de una madre que no podía recuperar el cuerpo de su hija asesinada. Desde entonces, las artesanas elaboran sus rostros contra los feminicidios, la "herida abierta" de México. Elaboradas con barro a tamaño real, las piezas creadas por el grupo Mujeres Alfareras de Tláhuac son un grito de dolor, de impacto, de sorpresa, de impotencia y de rabia. Cada uno de estos 270 rostros femeninos -que reciben el nombre de "Rostros del olvido"- es una historia. Unos tienen los ojos abiertos y otros cerrados; uno tiene un ojo morado, otro arañazos en la nariz, otro un corte profundo y sangrante en la mejilla. "Queríamos que expresaran lo que una mujer en ese momento puede estar sintiendo y pensando en sus últimos momentos, cuando injustamente le están quitando la vida y de manera violenta, además", afirma Reséndiz, fundadora del grupo, en su taller del sur de la Ciudad de México.  La artesana señala dos de las obras que más la conmueven. En la primera, el rostro tiene los labios pintados de azul y los ojos marrones abiertos, desde los cuales se deslizan dos lágrimas alargadas; su expresión de "enorme tristeza" refleja el pesar de una mujer que a su muerte dejó tres hijos huérfanos. En el rostro de al lado, una mujer bañada en lágrimas se resiste a cerrar los ojos: "Ella siente mucho dolor, y a la vez mucha rabia de que le esté pasando eso", explica. Después de desmoldar una de las piezas de barro y pulirla, la alfarera remueve brevemente la pintura y con un pincel comienza a dar vida al nuevo rostro, empezando por las cejas. Todas las obras están hechas con el mismo molde, para el que se utilizó la cara de Reséndiz. Ahora, el grupo quiere hacer moldes nuevos teniendo como modelo a otras artesanas, porque la violencia golpea a mujeres de todas las edades. "Queremos que sean más representativos y que sean más cantidad, que hablen por ellos mismos", apunta. Mientras pinta, la alfarera comenta una de sus últimas lecturas, "Huesos en el desierto", del periodista Sergio González Rodríguez, sobre los feminicidios en Ciudad Juárez. Precisamente, el drama de esta ciudad norteña fue el germen del proyecto. Reséndiz recuerda que en 2002, cuando escucharon en la radio la historia que les movió para iniciar su proyecto -un relato "desgarrador y muy doloroso"-, eran momentos en los que "se estaban abriendo espacios" para que se escucharan testimonios relacionados con las víctimas de los feminicidios en esa ciudad fronteriza con Estados Unidos. "La idea inicial era hacer un rostro por cada una de ellas, puesto que socialmente se dice que son las asesinadas de Ciudad Juárez, pero cada una tiene nombre y apellido", comenta. Sin embargo, ese plan no se pudo llevar a cabo; los asesinatos no cesaron y, con los años, la situación de alarmante violencia contra la mujer permeó en el resto del país. "Nos rebasó la realidad, la terrorífica realidad en la que vivimos", asevera la artesana. Las alfareras han llevado sus creaciones a museos y casas de la cultura, y posteriormente a lugares más abiertos como espacios públicos y universidades. Lo que quieren es crear "consciencia" del problema entre las jóvenes: "Que sepan que deben estar atentas en su diario vivir (...), y por qué no decirlo, alertas, ya es válido eso", comenta. "Por desgracia estamos en un país donde se supone que no hay guerra, se supone que no hay una razón y que no debería haber tantos feminicidios; tantos asesinatos ya en sí, pero los feminicidios es un tema aparte", clama Reséndiz. La historia de los rostros nació con dolor, pero después de tantos años sin que se dé ninguna respuesta queda la impotencia y el enojo. "Es la herida abierta que tenemos", resume la artesana, quien no acaba de comprender por qué el devastador panorama que vive el país -a diario en México son asesinadas siete mujeres, según cifras oficiales- no despierta más indignación social. Menciona el caso de la activista Marisela Escobedo, asesinada en 2010 cuando se manifestaba ante el Palacio de Gobierno de Chihuahua; también una reciente protesta de madres de desaparecidos frente a la Secretaría de Gobernación en la capital, que pocas personas respaldaron. "No entiendo por qué ese enojo no puede ser socialmente mayor, no lo entiendo", dice la artesana. 
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