Su primer año en la Casa Blanca no ha cambiado a Donald Trump, pero él ha transformado normas y comportamientos asociados a la Presidencia a golpe de tuit y fiel a la filosofía de EEUU primero, que no ha producido grandes logros y sí numerosas polémicas.
Al igual que durante su campaña electoral, Trump no ha dejado indiferente a nadie dentro ni fuera de EEUU en sus casi once meses de mandato.
La buena noticia para el mandatario es que está muy cerca de poder firmar antes de Navidad, como pretende, su reforma fiscal, que supone la mayor bajada de impuestos de los últimos 30 años pero también un aumento importante del déficit presupuestario y que, según estudios no partidistas, beneficiará sobre todo a las empresas y a los más ricos.
Sin embargo, pese a controlar la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso, Trump y los republicanos no han sido capaces de sacar adelante una ley para cumplir su promesa de derogar y reemplazar Obamacare, como se conoce a la reforma con la que el expresidente Barack Obama garantizó la cobertura médica a millones de ciudadanos.
El muro en la frontera con México prometido por el magnate todavía no está construido, pero Trump sí ha tomado numerosas medidas para demostrar su mano dura en materia migratoria.
Entre ellas destacan el fin del programa DACA, que ha protegido de la deportación a 800.000 jóvenes indocumentados que llegaron al país de niños, y de las protecciones temporales (TPS) para haitianos y nicaragüenses, así como un veto migratorio para prohibir la entrada a EEUU de los ciudadanos de seis naciones de mayoría musulmana.
Pese a que ha hecho varios llamamientos a la unidad del país, empezando por su discurso de investidura en enero, lo cierto es que Trump está gobernando para satisfacer a sus votantes y cumplir su larga lista de promesas de campaña, sin miedo a las críticas.
Dentro de la Casa Blanca quienes siguen al pie de cañón son los que no han intentado cambiar cómo piensa o es Trump, asesores leales como Stephen Miller o Hope Hicks, mientras que por el camino han caído figuras mediáticas como el exportavoz Sean Spicer o el exdirector de comunicaciones Anthony Scaramucci, quien apenas duró 10 días en el cargo.
El caos y las tensiones en la Casa Blanca de Trump han sido la norma, aunque hay algo más de estabilidad desde que el general retirado John Kelly asumió como jefe de gabinete en agosto, y una preocupación constante de puertas adentro es la investigación del fiscal especial Robert Mueller sobre la supuesta injerencia rusa en las elecciones de 2016.
Las explicaciones contradictorias de por qué Trump despidió a Michael Flynn, su exasesor de seguridad nacional y quien se ha declarado culpable de mentir al FBI acerca de sus conversaciones con el embajador ruso en EEUU, Serguéi Kisliak, han generado dudas sobre si el mandatario pudo incurrir en obstrucción a la justicia.
Mientras la investigación de Mueller avanza a pesar de que Trump asegura que no hubo ninguna conspiración entre su campaña y Rusia para ganar las elecciones, el más reciente capítulo de la trama busca aclarar si el presidente sabía que Flynn había mentido cuando pidió al exdirector del FBI James Comey que dejara en paz la pesquisa en su contra.
Comey, que lideraba la investigación rusa hasta que Trump lo despidió en mayo, ha sido blanco frecuente de los ataques del magnate junto con la prensa y Hillary Clinton, su rival demócrata y a quien no perdona que le ganara en voto popular.
También se ha ganado numerosos enemigos por su falta de empatía ante crisis como la provocada por el impacto de dos huracanes en Puerto Rico, polémicas con familias de militares caídos en combate o su acusación a los dos bandos -antifascistas y neonazis- de la violencia que mató a una mujer que marchaba contra el racismo en Charlottesville (Virginia).
Junto con la difusión de vídeos antimusulmanes en Twitter o su apoyo a un candidato al Senado acusado de acoso sexual, son solo algunos ejemplos de comportamientos de Trump que parte de la clase política y de la sociedad estadounidense consideran impropios e intolerables en un presidente.
No obstante, la mayoría de sus votantes se mantiene a su lado, según las encuestas, alentados por las buenas noticias económicas y los récords en bolsa, y satisfechos por los pasos dados para borrar el legado del anterior Gobierno.
También en política exterior, Trump considera casi todo lo hecho por Obama como malo para el país, empezando por la firma del Tratado de Asociación Transpacífico (TPP, en inglés), del que el magnate sacó a EEUU nada más instalarse en la Casa Blanca.
Además, Trump ha retirado a EEUU del Acuerdo de París contra el cambio climático, ha dado marcha atrás en la apertura y normalización de las relaciones con Cuba, volviendo a la retórica de la Guerra Fría, y ha advertido de la posibilidad muy real de abandonar el acuerdo nuclear con Irán.
El mandatario también lidia desde hace meses con la amenaza nuclear norcoreana, sin descartar una acción militar y de momento con sanciones y la inclusión de Pyongyang en la lista de patrocinadores del terrorismo.
En sus dos giras internacionales, a Europa y Oriente Medio en mayo, y por Asia en noviembre, Trump se ha decantado por una diplomacia personalista y por acercarse a líderes cuestionados por los aliados tradicionales de Washington como el chino, el ruso o el filipino.
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