En 1980 me crucé con algunos de los libros del Dr. Ira Progroff y con la metáfora maravillosa del roble y la bellota. De la lectura de sus trabajos surgió esta idea. En el silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera una semilla, de alguna manera pequeña e insignificante, pero también pletórica de potencialidades.
Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol cayendo en tierra fértil, absorbiendo los jugos que la alimentan, expandiendo las ramas y el follaje, llenándose de flores y frutos, para poder dar lo que tienen que dar.