La belleza de un pueblo, más que en sus paisajes, está en su gente. Son sus habitantes los que activan la rueda del desarrollo, los que proyectan sus bondades hacia otras latitudes, los que cultivan la tierra, los que producen, los que ensalzan sus tradiciones y costumbres, los que veneran a sus santos y los que demuestran amor a la tierra que los vio nacer.
Siempre me ha gustado visitar los campos y ciudades de mi país junto a mi esposo y mis hijos, y siempre me maravillo de la gente que mueve los hilos para que todo funcione como una máquina bien engrasada.