Por cosas de la vida, en la tarde del lunes me tocó tomar un bus diablo rojo para adelantarme en mi regreso al trabajo: creo que esa fue la peor decisión que tomé.
El estrés empezó cuando en el único puesto vacío que encontré estaba sentado un joven que estaba aferrado en los brazos de Morfeo y, ni porque le di palmadas en el brazo, la pierna y la mano, se despertó. A la primera oportunidad que tuve, me cambié de puesto.