Hubo una vez un profeta ermitaño que cada tres lunas bajaba hasta la ciudad y en las plazas del mercado predicaba el dar y compartir entre la gente.
Y era elocuente y su fama se expandía por sobre la Tierra. Todos querían escucharlo.
Una tarde, tres hombres llegaron a su ermita y lo saludaron.
-Tú predicas el dar y compartir -le dijeron-.
Y buscas enseñar a quienes tienen mucho para dar a los que poseen poco; y no dudamos que tu fama te ha brindado riquezas.
Ahora ven y danos de tus riquezas, pues estamos necesitados.