Hace algunos años durante un experimento de investigación, un biólogo marino colocó un tiburón en un gran tanque de retención y luego lanzó varios peces pequeños adentro del mismo.
Como era de esperarse, el tiburón nadó rápidamente alrededor del tanque, atacó y se comió a todos los peces.
Un tiempo después el biólogo insertó una fuerte pieza de fibra de vidrio transparente en el centro del tanque, creando así dos particiones separadas. Puso al tiburón de un lado y a un nuevo grupo de peces en el otro.
El tiburón atacó rápidamente. Esta vez, sin embargo, se estrelló inevitablemente contra el divisor y rebotó. Sin inmutarse siquiera, siguió repitiendo este comportamiento en vano. Mientras tanto, los peces nadaban ilesos en la segunda partición sin sospechar de las intenciones del enorme escualo. Finalmente, aproximadamente una hora después del experimento, el tiburón se rindió.
Este experimento se repitió varias docenas de veces durante las siguientes semanas. El tiburón se fue volviendo menos agresivo e intentó, cada vez menos, atacar a los peces, hasta que finalmente se cansó y desistió de golpear el divisor y simplemente dejó de atacar por completo.
El biólogo retiró luego el divisor, pero el tiburón no atacó. Había sido entrenado para creer que existía una barrera entre él y los otros peces, por lo que ahora estos nadaban donde quisieran, libres de cualquier daño.
Reflexión: Al igual que el tiburón de nuestro relato, muchas veces nosotros nos rendimos después de haber fracasado más de una vez. Quizás te rendiste en las metas que te has propuesto, en los estudios, en tu trabajo, en tus negocios, en tu matrimonio, incluso en tu vida espiritual.
Posiblemente te has cansado de intentarlo una y otra vez y fracasar. Te propusiste arreglar tu matrimonio y no funcionó, probaste sin éxito uno y otro negocio pero nada resultó, o peor aún, intentaste serle fiel a Dios y fallaste nuevamente. No te des por vencido, la vida está llena de dificultades y derrotas, pero Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía sino de poder y dominio propio (2 Timoteo 1:7).
Recuerda que la paz verdadera es aquella que nos mantiene imperturbables en medio de una gran tormenta. No dejes que el desánimo llene tu mente de negatividad y te haga desistir. Sigue adelante, no te quedes en el suelo hasta caer en la desgracia. La gran ventaja de tocar fondo es que el único camino posible es hacia arriba, así que levántate hoy, sacude el polvo de tus ropas, fija tus ojos en el horizonte y prosigue a la meta, porque Dios está contigo y el galardón es grande. Recuerda que el que prosigue lo consigue.
Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse; mas los impíos caerán en el mal. —Proverbios 24:16