Las casas de quincha fueron, por muchos años, una confiable solución habitacional en Azuero, principalmente en Los Santos. Muchos pueblos de la campiña se componían de estas coloridas viviendas, conocidas por su resistencia y durabilidad, por su frescura y economía.
Las casas de quincha tuvieron su auge entre 1860 y 1960. Sin embargo, con el correr del tiempo, fueron desapareciendo, a tal punto que son contadas las que quedan en uso.
Las casas de quincha eran monumentos a la solidaridad. Las juntas de embarra, mediante las cuales eran construidas, constituían el trabajo, esfuerzo y cooperación de vecinos, amigos y familiares, quienes celebraban con esta hermosa tradición la alegría por la creación de un nuevo hogar.
En las comunidades de La Tiza, El Carate, El Cocal, Macaracas y Guararé, entre otras en la provincia de Los Santos, todavía pueden apreciarse algunas casas de quincha. No son muchas, ya que en los pueblos del interior actualmente los moradores prefieren el zinc y los bloques, por encima del barro y las tejas.
Francisco Chico Urriola, conocido locutor, fotógrafo y artista tableño, reconoce que las casas de quincha están en vías de desaparecer. Afirma que son pocas las que quedan, ya que la campiña azuerense no escapa de los embates de la modernización.
Urriola se ha dedicado a fotografiar, estudiar y conocer a fondo este estilo de vivienda, propio de la época hispánica, pero que mezcla en sus materiales y forma algunos rasgos de nuestros antepasados indígenas y africanos.
La construcción de una casa de quincha era un acontecimiento que unía a todo el pueblo. Los hombres, en la junta de embarra, preparaban el lodo, las cañazas como soporte y las tejas para el techo. Esta actividad podía durar varios días, mientras se conseguía la madera y se transportaban los materiales.
Las mujeres también tenían su parte en esta labor. Había que alimentar y servir a la tropa de voluntarios que ayudaban a parar la casa del nuevo vecino. Y de paso, al son de los tamboritos tradicionales, alegraban y alentaban a los trabajadores en su ardua faena.
Y es que la junta de embarra era una actividad con connotaciones folclóricas, arquitectónicas y sociales, que envolvía la planificación de recursos y materiales necesarios para la edificación de la nueva vivienda.
Además, era una actividad de ayuda mutua, cuyo objetivo no era únicamente la construcción de estas genuinas y confortables casas, sino la colaboración y el trabajo entre amigos y familia.
Con el pasar del tiempo, las casas de quincha se convirtieron en un recuerdo. A pesar de que son muchas las tradiciones vigentes en Azuero, las juntas de embarra y todo el sistema de cooperación que requerían están solo en la memoria de los más viejos del pueblo.