Un jardinero de un pequeño pueblo tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de una vara y que llevaba encima de los hombros para dirigirse cada día a un arroyo cercano por agua. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua al final del largo camino a pie, desde el arroyo hasta la casa de su patrón donde él se encargaba de cuidar de un bello jardín, pero cuando llegaba, la vasija rota sólo tenía la mitad del agua.
Durante dos años completos esto fue así diariamente, desde luego la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía perfecta para los fines para los que fue creada. Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque solo podía hacer la mitad de todo lo que se suponía que era su obligación.
Después de dos años, la vasija quebrada le habló al jardinero diciéndole:
- Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo porque debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga y sólo obtienes la mitad del valor que deberías recibir.
El jardinero, apesadumbrado, le dijo compasivamente:
- Mañana, cuando regresemos a la casa quiero que notes qué hay del lado derecho del camino.
Al día siguiente, como de costumbre, el jardinero tomó su vara y colocó ambas vasijas en los extremos, la vasija buena en el extremo izquierdo, y la vasija agrietada en el extremo derecho. Al llegar al arroyo llenó de agua ambas vasijas y las volvió a colocar en el mismo lugar. La vasija agrietada se fijó en el camino y en efecto notó que de su lado había muchas flores hermosas a lo largo del camino, pero de todos modos se sintió apenada porque al final, sólo quedaba dentro de sí la mitad del agua que debía llevar.
El jardinero le dijo entonces:
- ¿Te diste cuenta de que las flores sólo crecen en tu lado del camino? Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas de flores a todo lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado y por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi Señor en la iglesia. Si no fueras exactamente cómo eres, con todas tus virtudes y defectos, no hubiera sido posible crear esta belleza. Más tarde iré a sembrar semillas al otro lado del camino, así que a partir de mañana te cambiaré al lado izquierdo de la vara.
Cada uno de nosotros tiene sus propias grietas. Cuántas veces caminamos por la vida sintiendo que somos de poco valor o que las personas no reconocen nuestro trabajo. Caminamos por la vida con esas grietas que nos dañan y nos lastiman sintiendo que el trabajo de otros es mejor que el nuestro, vemos la excelencia en los demás y lo único que vemos de nosotros son las grietas de nuestra imperfección. Nos lastimamos al pensar en nuestras imperfecciones y olvidamos que “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es” (1 Corintios 1:27-28).
Todos somos vasijas agrietadas, pero debemos saber que a pesar de esto Dios puede utilizarnos para su obra y que siempre aprovechará nuestras grietas para obtener buenos resultados.
Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo 2 Corintios 12:9
Isaías 40:29 El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas.