Con la cercanía del 2 de noviembre, Día de los Difuntos, las calles y mercados de Santiago comienzan a llenarse de color, aroma y sentimiento. Los puestos de flores se multiplican, los cementerios se renuevan con labores de limpieza, y el ambiente adquiere un tono de recogimiento y respeto, propio de una fecha que invita a recordar y agradecer a quienes ya no están.
Entre los vendedores que cada año forman parte de esta tradición, Jorge Batista, comerciante de flores en la avenida central de Santiago, expresó que más allá del aspecto comercial, esta temporada representa “un acto de amor y memoria hacia nuestros seres queridos, una manera de mantener viva su presencia entre nosotros a través de los detalles”.
Batista, sin embargo, también aprovechó el momento para reflexionar sobre la necesidad de preservar y dignificar los cementerios del país, espacios que, según él, “deben ser lugares de respeto, paz y orden, no rincones olvidados por las autoridades”. Hizo un llamado a los alcaldes para que atiendan la creciente falta de espacio en muchos campos santos, un tema que considera urgente abordar con responsabilidad y visión.
En los distintos cementerios de Santiago y comunidades vecinas, ya se observan familias pintando cruces, limpiando lápidas y adornando las tumbas con flores frescas y velas. Cada gesto, cada oración y cada arreglo floral se convierte en un símbolo de continuidad espiritual, un puente entre los vivos y los muertos que reafirma la identidad cultural del pueblo panameño.
La venta de flores, que alcanza su punto más alto en estos días, refleja no solo la devoción, sino también la importancia de mantener las costumbres que unen a las generaciones. Rosas, claveles, gladiolos y crisantemos se convierten en mensajes silenciosos de cariño, esperanza y fe, en un paisaje donde la memoria se transforma en belleza y gratitud.
Así, Santiago vuelve a ser escenario de una tradición profundamente humana, donde el comercio, la cultura y el sentimiento se entrelazan para recordar que honrar a los muertos es también una forma de celebrar la vida y la herencia que dejaron.